
La infancia es una etapa en la que nuestra identidad emocional se construye en relación con los vínculos que nos rodean. Cuando esos vínculos están atravesados por la falta de presencia, el juicio o el dolor, podemos desarrollar heridas emocionales profundas que, en la adultez, siguen condicionando cómo amamos, cómo nos relacionamos y cómo nos percibimos.
Estas heridas no siempre se manifiestan como recuerdos claros. Muchas veces aparecen como patrones relacionales repetitivos, síntomas emocionales, bloqueos existenciales o una sensación difusa de vacío. Reconocerlas es el primer paso para comenzar a sanarlas.
Las cinco heridas que presentamos a continuación están inspiradas en la obra “Las 5 heridas que impiden ser uno mismo”, de Lise Bourbeau. Si bien existen otras formas de dolor emocional infantil, estas son especialmente frecuentes, y en algún momento todos las hemos experimentado en mayor o menor medida.
Cuando una situación actual nos conecta con una de estas heridas, lo que se activa no es solo el presente, sino la vivencia emocional no resuelta de la infancia. Por eso nos desbordan ciertas situaciones, incluso cuando racionalmente “no parecen tan graves”. El cuerpo y la emoción reaccionan como lo hicieron entonces.
Desde la mirada de la Descodificación Biológica, podemos observar cuándo y cómo se originó esa herida, en qué momento biográfico exacto el sistema emocional y biológico generó una respuesta de protección. Esto permite separar lo vivido en la infancia de lo que ocurre hoy, y comenzar un proceso de integración desde el adulto que somos ahora.
Las 5 heridas de la infancia
1. Herida de rechazo
Se forma cuando el niño o niña percibe que no es bienvenido, que es “demasiado” o “no suficiente” para el entorno. Puede venir de un embarazo no deseado, de una madre o padre emocionalmente ausente, o de una crianza marcada por la crítica constante. Desde la mirada del trauma hablamos de trauma complejo y un estilo de apego inseguro.
Ejemplo: Lucía evita mostrar lo que siente por miedo a ser juzgada. Siente que molesta cuando necesita algo. De adulta, elige la autosuficiencia extrema como defensa. Pero por dentro, se siente sola y desconectada.
2. Herida de abandono
Nace cuando hay una separación emocional o física significativa en la infancia: ausencias prolongadas, divorcios, falta de contacto afectivo. El niño siente que no puede contar con nadie para sostenerlo. Las heridas de rechazo y abandono son las de mayor profundidad emocional y comparten el estilo de apego inseguro y la experiencia de trauma complejo.
Ejemplo: Mateo entra en pánico cuando su pareja tarda en contestar un mensaje (apego ansioso). Siente que lo van a dejar. Aunque racionalmente sabe que no es así, su sistema emocional reacciona como si volviera a estar solo.
3. Herida de humillación
Se origina cuando el niño es avergonzado por su forma de ser, de sentir o de expresarse. Se da en entornos donde se ridiculizan sus necesidades, su cuerpo o su espontaneidad.
Ejemplo: Carla fue una niña muy expresiva. Su familia la callaba con frases como “¡qué escandalosa!” o “¡no seas ridícula!”. Hoy, de adulta, le cuesta mostrarse y teme hacer el ridículo en público.
4. Herida de traición
Aparece cuando una figura de referencia incumple una promesa o traiciona la confianza del niño. También cuando uno de los padres habla mal del otro o lo usa como confidente.
Ejemplo: Tomás no confía en nadie. Siempre cree que los demás tienen una intención oculta. De niño, su padre prometía pasar tiempo con él y no lo cumplía. Esa herida le enseñó que confiar es peligroso.
5. Herida de injusticia
Se instala en entornos fríos, rígidos o excesivamente exigentes. El niño aprende que tiene que ganarse el amor comportándose “bien”, reprimiendo lo que siente para ser valorado.
Ejemplo: Ana fue criada bajo estándares muy altos. Nunca era suficiente. Hoy se exige a sí misma sin descanso y siente culpa cuando descansa o comete un error.
El estilo de apego potencia la herida
Estas heridas no se desarrollan en el vacío. Se inscriben en un contexto relacional que, dependiendo de cómo fue vivido, puede amplificar su intensidad y hacerlas más persistentes. El vínculo principal que establece el niño con sus figuras de apego, generalmente madre, padre o cuidadores, es el que define cómo aprende a relacionarse con sus propias emociones y con los demás.
Si el entorno fue disponible, amoroso y capaz de sostener emocionalmente, es más probable que la herida haya sido elaborada. Pero si el apego fue inseguro, evitativo o ambivalente, la vivencia de esa herida puede haberse intensificado y quedar sin resolver. ● En un apego inseguro, el niño aprende que no puede confiar del todo en el adulto. Entonces, la herida de abandono, rechazo o injusticia puede vivirse con mucha más soledad o exigencia interna.
- En un apego evitativo, el niño desarrolla estrategias para no necesitar, no sentir, no depender. Así, la herida se tapa, pero no se integra.
- En un apego ambivalente, el niño vive en la incertidumbre: a veces hay afecto, otras veces no. Esto vuelve la herida más confusa, desorganizada y difícil de nombrar.
El estilo de apego, por tanto, no solo acompaña el desarrollo de la herida, sino que influye directamente en cómo la vivimos hoy. Comprenderlo es clave para dejar de repetir desde la herida y empezar a responder desde el adulto.
Comprensión y compasión
El objetivo del trabajo con las heridas no es culpar al pasado, sino comprender cómo esas experiencias aún resuenan en nuestro presente, muchas veces sin que lo sepamos. Porque una parte nuestra, la que quedó atrapada en aquella vivencia, sigue esperando algo que no pudo ser.
Integrar esa historia es volver al adulto que somos hoy, con los recursos que sí tenemos ahora, para dejar de reaccionar desde el dolor infantil y empezar a elegir con conciencia.
Comprender nuestras heridas es empezar a vivir desde un lugar más consciente, más libre y más humano. Y ese es, quizás, el paso más importante hacia una transformación real.
Aranzazu Par Wolder
Aranzazu Par Wolder es psicóloga, psicoterapeuta experta en trauma agudo y complejo, constelaciones familiares y Descodificación Biológica. CEO del Instituto Ángeles Wolder desde 2015. Cuenta con formación en psicología de la educación, recursos humanos y acompañamiento terapéutico desde un enfoque integrador. Su práctica clínica y docente combina la mirada sistémica, el trabajo de partes internas y la comprensión profunda del trauma para facilitar procesos de transformación duraderos y comprometidos.
Sobre el Instituto Ángeles Wolder
El Instituto Ángeles Wolder es un centro internacional de formación y transformación personal. Ofrece programas presenciales y online en:
- Descodificación Biológica
- Constelaciones Familiares
- Psicoterapia Familiar Sistémica
- Trauma y regulación emocional
- Retiros vivenciales de transformación
Con un enfoque profesional, ético y profundamente humano, el Instituto acompaña a personas y profesionales que desean comprender el origen de sus síntomas, transformar sus vínculos y vivir con mayor conciencia.
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