Tanatoturismo: «viajar para comprender», por Hernán Duarte

Hay viajes que se hacen para descansar, y otros que se hacen para entender. Hace algunos años descubrí una forma distinta de recorrer el mundo: el tanatoturismo, esa experiencia de visitar lugares marcados por la tragedia, la muerte o el dolor colectivo. No es una búsqueda macabra, aunque muchos lo crean. Es, más bien, una manera de dialogar con la memoria, de mirar de frente lo que normalmente preferimos esquivar.

En Varsovia, caminé por lo que fue el gueto judío. El aire parecía distinto, más denso, como si las piedras todavía guardaran los ecos de miles de pasos interrumpidos. En Hiroshima, frente al Domo de la Bomba, sentí que el tiempo no avanza igual: todo vibra en una especie de silencio suspendido, un recordatorio incómodo de hasta dónde puede llegar el ser humano cuando olvida su humanidad.

Pero no hace falta cruzar océanos para encontrar esos sitios donde la historia late bajo tierra. En Argentina también existen lugares donde el tanatoturismo invita al respeto y a la reflexión. Uno de ellos es la ESMA, hoy Espacio Memoria y Derechos Humanos, en Buenos Aires. Caminar por sus pasillos es enfrentarse al lado más oscuro de nuestra historia reciente, pero también al coraje de quienes no se resignaron al olvido. Es un sitio que conmueve porque no ofrece espectáculo: ofrece verdad.

También en la Ciudad de Buenos Aires se tocan dos historias reales que generaron gran repercusión en su momento.

En el barrio de Monserrat, en México 1177, vivió María de las Mercedes Bolla Aponte de Murano, más conocida como Yiya Murano, o “la envenenadora de Monserrat”. A fines de la década del 70, el caso sacudió a la opinión pública cuando se descubrió que Yiya había envenenado con cianuro, durante un té con galletitas, a tres mujeres: Nilda, Chicha y Zulema, todas conocidas suyas. El motivo: problemas de dinero. Aún hoy, muchos curiosos se acercan a la zona, donde la historia parece seguir flotando entre los muros del viejo edificio.

Otro destino infaltable para quienes buscan adentrarse en las sombras del pasado es el Cementerio de la Recoleta, un verdadero museo a cielo abierto. Más allá de las tumbas ilustres, persiste la leyenda de Rufina Cambaceres, la joven de 19 años que habría sido enterrada viva. Se dice que, al abrir el ataúd, encontraron el interior arañado y el raso desgarrado. La familia siempre lo negó, pero el mito persiste, alimentando la imaginación de turistas y locales que caminan entre los mausoleos buscando una historia que les erice la piel.

He aprendido que viajar no siempre significa disfrutar. A veces, significa comprender. Nos venden la idea del turismo como una carrera contra el reloj: desayunos cronometrados, recorridos pautados, fotos obligatorias. Todo listo para “aprovechar el paquete”. Pero ¿cuánto realmente experimentamos cuando cada momento está planificado por alguien más?

Convertirse en viajero, y no en turista, implica algo más que elegir destinos exóticos: es elegir cómo mirar. Cuando uno se detiene en un sitio que duele, descubre que el viaje no termina en la frontera física, sino que empieza en la interior. El tanatoturismo no busca placer, sino conciencia. Y quizás por eso, al final del recorrido, uno siente que ha ganado algo más valioso que un souvenir: una forma más honesta de estar en el mundo.

Hernán Duarte, viajero apasionado por el Tanatoturismo mundial.